“Ninguna nación occidental está tan empapada de religión como la nuestra, donde nueve de cada diez personas aman a Dios y son amadas por él.”
Harold Bloom, La Religión americana.
Por Alejo Reclusa (*)
En las elecciones de medio término de la semana pasada el Partido Republicano consiguió la mayoría en las dos cámaras legislativas de EEUU. Gran golpe para la administración de Barack Obama, que deberá gobernar los próximos dos años con una mayoría parlamentaria en su contra. Nos proponemos aquí llamar la atención sobre las grietas religiosas que se expresan en este tipo de hechos políticos, donde se eligen proyectos de sociedad que pueden conmover identidades.
La sociedad norteamericana es muy religiosa.
Según el Pew Research Center, un 95% de los norteamericanos creen en Dios, de
los cuales un 39% realiza servicios religiosos una vez a la
semana. La primera minoría religiosa, con un 26% de los creyentes, son los
evangélicos protestantes (pentecostales en general). Le siguen los católicos
con un 24% y las iglesias protestantes históricas (luteranos, metodistas,
baptistas) con un 18% de los creyentes, seguidas de otros credos menores
(mormones, testigos de jehová, etc.). Los judíos representan un 2% de la
población, pero su cantidad (más de 5,2 millones) es superior a la de esa etnia
en el mismísimo Estado de Israel.
La ingeniería electoral estadounidense,
forjada en su carta magna pero consolidada luego de la guerra civil y las
tormentas “populistas” de comienzos de siglo XX, no da mucho lugar a opciones políticas
por fuera de demócratas y republicanos. Su sistema político bipartidista es
típicamente moderno, garantiza gobernabilidad y evita la fragmentación
partidaria. Brinda al electorado dos grandes opciones ideológicas: liberales y
conservadores, entendiendo a los primeros como aquello que en nuestras tierras
llamamos “progresistas”. En suma: más o menos mercado, más o menos estado, más
o menos “cambio”.
Aquello no implica que en la sociedad no
existan una pluralidad de ideologías en intereses, pero las normas que regulan
el acceso a los cargos públicos y la posibilidad de gestionar el estado las
obliga a insertarse dentro de los dos grandes partidos nacionales. Incluso las
identidades religiosas se involucran dentro de los dos únicos proyectos de
sociedad que tolera la política norteamericana, terciando en su interior para
imponer su propio sistema de valores, haciendo valer su peso social y tratando
de incidir en la agenda estatal. En las últimas elecciones se vio profundizada
una tendencia que viene desde hace unas décadas, y que, de alguna manera,
implica un corte socio-religioso detrás de republicanos y demócratas.
Lo que se advierte es una correlación entre
identidades religiosas y étnicas y preferencias políticas. No podemos
extendernos sobre las determinaciones históricas y sociales que tiene la
dimensión racial de las identidades religiosas (de las cuales la económica puede ser la más importante), solo mostraremos los cambios en
la composición del voto en función de intereses religiosos declarados.
Basándonos en los datos que brinda el Pew
Research Center, en las dos últimas elecciones de medio término, que no suelen
atraer en masa a los votantes norteamericanos, se percibió un incremento del
voto al Partido Republicano en sectores protestantes que suelen hacerlo en
situaciones límites. La última de estas fue el 2006, cuando George W. Bush
organizó su campaña alrededor del aborto y el matrimonio gay.
El electorado norteamericano (2014) está
compuesto por un 53% de protestantes –sin desagregar en la infinidad de
iglesias indígenas que tiene EEUU-, de los cuales un 39% responden a una
mayoría “blanca” en la sociedad. El catolicismo representa un 24% de la base electoral,
de los cuáles un 19% corresponde a aquella mayoría. La población afroamericana
se reparte entre una mayoría protestante y una minoría musulmana en
crecimiento. El catolicismo norteamericano crece por fuerza de la inmigración
hispana.
En la última elección un 72% de los protestantes
“blancos” votaron al Partido Republicano. Esta base electoral histórica, que se
ubica en el centro de la geografía de EEUU, superó su performance de 2010 (69%).
Este crecimiento también se advirtió en los sectores “blancos” del catolicismo,
llegando a un 60% de voto a los republicanos.
La base electoral demócrata perdió gran parte
de su voto católico, pero conservó sus adscripciones tradicionales: un 69% de
los votantes que no se afilian a una religión en particular (entre los cuales
están los agnósticos y ateos) y un 66% de la población judío-norteamericana.
Si realizamos un corte étnico-racial de las últimas elecciones, advertimos también una polarización racial alrededor de la gestión de Barack Obama, quien es masivamente apoyado por hispanos y afroamericanos.
Si realizamos un corte étnico-racial de las últimas elecciones, advertimos también una polarización racial alrededor de la gestión de Barack Obama, quien es masivamente apoyado por hispanos y afroamericanos.
La política en EEUU enfrenta proyectos de sociedad que se canalizan en la disputa entre demócratas y republicanos. La misma competencia electoral, más en una situación de crisis como la actual, tiende a la polarización. Sin profundizar en los programas partidarios, parecen enfrentarse hoy dos proyectos: el “americano”, blanco, conservador socialmente y liberal económicamente (republicano); y el “globalista”, multicultural, “progresista”, regulacionista aunque no estatista (demócrata). Esta disputa también tiene matices en política internacional, aunque ambos coinciden en mantener la supremacía norteamericana. Lo que quisimos advertir es que hacia dentro del territorio estadounidense, los dos grandes partidos parecen estar sujetos a un proceso creciente de diferenciación racial y religiosa.
(*) Licenciado en Historia.
Fuente:
http://religions.pewforum.org/
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