Por Gonzalo Chaet
El árbitro Héctor Baldassi hace sonar su silbato, se lleva el dedo índice al oído y de ese modo trata de explicar el motivo por el cual interrumpió momentáneamente el partido a los 44 minutos del primer tiempo. Desde la tribuna de Independiente, miles de personas cantan consignas racistas contra su rival de esa tarde. “Hay que saltar, hay que saltar, el que no salta es de Bolivia y Paraguay”, gritan en referencia a Boca.
Eso pasó en 2011 pero podría haber sido el fin de semana pasado… o el próximo domingo. Y no sucede sólo en el fútbol de acá, hay reiterados casos en Alemania, Italia, México, Brasil, España y la lista puede ser igual a la cantidad de países que existen.
El fútbol, como se ha dicho en reiteradas ocasiones, es una muestra de lo que sucede en la sociedad.
El racismo y la xenofobia parecen ser un problema global que avanza al rimo de las migraciones. Boliviano en Argentina, argentino en España, español en Inglaterra. Siempre está el otro… como excusa, como causa de males, como amenaza.
En el mundo se estima que existen más de 232 millones de migrantes (el 3,2% de la población mundial). Si tenemos en cuenta que, según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, hay más de 800 millones de migrantes internos, eso significa que más de mil millones de personas son migrantes (aproximadamente uno de cada siete habitantes de la población mundial).
En comparación, son muy pocas las migraciones por placer o decisión, en la mayoría de los casos se huye, se busca un futuro un poco mejor e incluso se intenta salvar la vida (aunque en muchas ocasiones se la pierde en el camino).
De los corredores Sur-Norte se destaca el trayecto de México a Estados Unidos (12,2 millones, equivalentes al 6% del contingente mundial de migrantes), seguido del corredor de Turquía a Alemania. En este país, sobre una población de más de 80 millones de personas, el 3,5% son turcos. Los 2.733.109 de turcos que viven en Alemania (muchos de ellos con doble ciudadanía, la gran mayoría sin), los convierten en la minoría más numerosa del país.
¿Qué hace un turco en tierras germanas? ¿Cómo vive? ¿De qué trabaja? ¿Cómo se relaciona? Todas esas preguntas se hizo el periodista alemán Günter Wallraff en 1983 y no encontró mejor respuesta que vivirlo en carne propia. Para ello inició una metamorfosis, se puso lentes de contacto oscuros, una peluca y comenzó a experimentar la vida del turco en Alemania Federal a comienzos de la década del 80.
“Cabeza de Turco” es una frase que en ese país se utiliza para denominar lo que aquí llamaríamos chivo expiatorio. También es el título con el cual se tradujo la obra de Wallraff que describe los días de Alí a lo largo de dos años y medio. Trabajó en la construcción, en Mc Donald`s, como choffer de un traficante de esclavos. La industria farmacéutica probó en él drogas antes de lanzarlas al mercado, realizó la limpieza de una refinería metalúrgica y finalmente fue reclutado para arreglar un desperfecto en una central nuclear. Wallraff sintió la necesidad de ir más allá en su papel de Alí, por lo que procedió a alquilar una vivienda a imagen y semejanza de la de sus compañeros.
Según la Organización Internacional para las Migraciones el 40% de los migrantes se traslada de Sur a Norte. Por lo menos una tercera parte de los migrantes se traslada de Sur a Sur (aunque la cifra podría ser superior si se dispusiera de datos más precisos), y sólo poco más de una quinta parte de los migrantes (22%) emigra de Norte a Norte. Un reducido pero creciente porcentaje de migrantes (5%) emigra de Norte a Sur.
Alí es uno de los tantos turcos que emprenden la búsqueda de un futuro mejor en el Norte, en este caso en Alemania. Allí intenta buscar la ayuda y el compromiso de partidos políticos y de las distintas religiones del país, pero todo lo que encuentra son rechazos. Ni siquiera los reiterados golpes de estado de las últimas décadas y la dictadura instaurada en Turquía en 1980 son razones suficientes para albergar y contener a este migrante indocumentado.
En Francia viven casi un millón de argelinos. Argelia fue durante 132 años una colonia francesa que logró su independencia en la segunda mitad del Siglo XX, en 1962. Su población total es de 35 millones de habitantes, por lo cual su presencia en tierras galas es muy significativa.
Zinedine Zidane junto a Michel Platini es uno de los máximos íconos del fútbol francés. De su mano los galos ganaron en 1998 la Copa del Mundo en su país. Zizou, que metió dos goles en la final de ese mundial, es hijo de argelinos. En aquel torneo, sólo ocho jugadores eran franceses o descendientes de ellos. Bernard Lama, es de origen guyanés; Vincent Candela, español; Bixente Lizarazu, vasco; Patrick Vieira, nació en Senegal; Youri Djorkaeff, de origen armenio; Marcel Desailly, nació en Ghana; Zinedine Zidane, como ya dijimos es de origen argelino; Robert Pirès, portugués y español; Thierry Henry, antillano; Bernard Diomède, guadalupano; Alain Boghossian, armenio; Lilian Thuram, nació en Guadalupe; Christian Karambeu, en Nueva Caledonia y David Trezeguet, en Argentina.
El triunfo de esa selección, fue celebrado por muchos como el triunfo de la multiculturalidad. Pero no por todos. El ultraderechista Jean-Marie Le Pen calificó en 1996 al equipo nacional como "representantes del papeleo". También lo hizo en 1998, pero la victoria opacó sus comentarios. Siempre criticó que haya jugadores que no cantaran el himno, y en 2006 llegó a decir que el entrenador “ha exagerado la proporción de jugadores de color". Ese año, el equipo jugó la final de la Copa del Mundo en Alemania y perdió con Italia por penales. Zidane fue galardonado con el Balón de Oro al mejor jugador del torneo.
Según datos del Censo 2010, en Argentina la comunidad más numerosa es la paraguaya con 550.713 personas, seguido por la boliviana, con 345.272 personas. En el país, la Dirección Nacional de Migraciones recibió en 2013, 276.478 migrantes que iniciaron sus trámites de radicación, un 5.09% menos que en 2012, año en el que iniciaron su trámite de radicación 305.150 personas.
En el año 2000 el periodista-empresario Daniel Hadad dirigía la revista La Primera. En ella se publicó una nota titulada Invasión Silenciosa firmada por Luis Pazos. Si el título ya es tendencioso, algunos extractos de ella son completamente xenófobos: “A diferencia de la inmigración que soñaron Sarmiento y Alberdi, no vienen de las capitales de Europa. Llegaron de Bolivia, Perú, Paraguay. Son el sueño hecho realidad de los ideólogos de la izquierda setentista (…) Hoy utilizan nuestros hospitales y escuelas, toman plazas y casas, ocupan veredas, y les quitan el trabajo a los argentinos. (…) Llegan a Buenos Aires a punto de parir y dan a luz en un hospital público. (…) En las caras aindiadas de los que continúan en la cola no hay dolor, ni pena, ni enojo. Las que están enojadas son las mamás argentinas. (…) Promiscuos, conviven 35 en una pieza. (…) Para ellos, el infierno es el paraíso. (…) Como los peruanos comen parados, parte de la comida cae sobre la vereda”.
En épocas de crisis aparecen “Cabezas de Turco”, chivos expiatorios que sirven de excusa para los comentarios y las políticas xenófobas. En el país el discurso contra los extranjeros se endurece cada vez más. Pero no sólo sucede acá. En las últimas elecciones del Parlamento Europeo, en numerosos países las fuerzas de ultra-derecha racistas han logrado grandes resultados.
En Francia, el Frente Nacional de Marine Le Pen, agrupación de ultraderecha xenófoba, antisemita y racista, obtuvo el 25 por ciento de los votos y pasó de tener 3 a 23 eurodiputados. En Grecia, el partido neonazi de Nicolás Micholiajos fue la tercera fuerza más votada. En Alemania, el Partido Nacional Demócrata, una agrupación heredera del nazismo, tendrá por primera vez un eurodiputado. En Dinamarca, el ultranacionalista y xenófbo Partido Popular Danés logró una cuarta parte de los votos y obtuvo cuatro representantes. En Hungría, un partido ultraderechista que culpa a la población gitana de todos los males del país y estimula su persecución, obtuvo el segundo lugar en las elecciones.
La experiencia que vivió Günter Wallraff en la piel de Alí, lo llevó a realizar la siguiente reflexión: “aún no he llegado a saber cómo asimila un extranjero las humillaciones cotidianas, los actos de hostilidad y odio, pero sí sé ya lo que tiene que soportar y hasta qué extremos puede llegar en este país el desprecio humano. Entre nosotros, en nuestra democracia, se da una parcela de apartheid”.
El árbitro Héctor Baldassi hace sonar su silbato, se lleva el dedo índice al oído y de ese modo trata de explicar el motivo por el cual interrumpió momentáneamente el partido a los 44 minutos del primer tiempo. Desde la tribuna de Independiente, miles de personas cantan consignas racistas contra su rival de esa tarde. “Hay que saltar, hay que saltar, el que no salta es de Bolivia y Paraguay”, gritan en referencia a Boca.
Eso pasó en 2011 pero podría haber sido el fin de semana pasado… o el próximo domingo. Y no sucede sólo en el fútbol de acá, hay reiterados casos en Alemania, Italia, México, Brasil, España y la lista puede ser igual a la cantidad de países que existen.
El fútbol, como se ha dicho en reiteradas ocasiones, es una muestra de lo que sucede en la sociedad.
El racismo y la xenofobia parecen ser un problema global que avanza al rimo de las migraciones. Boliviano en Argentina, argentino en España, español en Inglaterra. Siempre está el otro… como excusa, como causa de males, como amenaza.
En el mundo se estima que existen más de 232 millones de migrantes (el 3,2% de la población mundial). Si tenemos en cuenta que, según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, hay más de 800 millones de migrantes internos, eso significa que más de mil millones de personas son migrantes (aproximadamente uno de cada siete habitantes de la población mundial).
En comparación, son muy pocas las migraciones por placer o decisión, en la mayoría de los casos se huye, se busca un futuro un poco mejor e incluso se intenta salvar la vida (aunque en muchas ocasiones se la pierde en el camino).
De los corredores Sur-Norte se destaca el trayecto de México a Estados Unidos (12,2 millones, equivalentes al 6% del contingente mundial de migrantes), seguido del corredor de Turquía a Alemania. En este país, sobre una población de más de 80 millones de personas, el 3,5% son turcos. Los 2.733.109 de turcos que viven en Alemania (muchos de ellos con doble ciudadanía, la gran mayoría sin), los convierten en la minoría más numerosa del país.
¿Qué hace un turco en tierras germanas? ¿Cómo vive? ¿De qué trabaja? ¿Cómo se relaciona? Todas esas preguntas se hizo el periodista alemán Günter Wallraff en 1983 y no encontró mejor respuesta que vivirlo en carne propia. Para ello inició una metamorfosis, se puso lentes de contacto oscuros, una peluca y comenzó a experimentar la vida del turco en Alemania Federal a comienzos de la década del 80.
“Cabeza de Turco” es una frase que en ese país se utiliza para denominar lo que aquí llamaríamos chivo expiatorio. También es el título con el cual se tradujo la obra de Wallraff que describe los días de Alí a lo largo de dos años y medio. Trabajó en la construcción, en Mc Donald`s, como choffer de un traficante de esclavos. La industria farmacéutica probó en él drogas antes de lanzarlas al mercado, realizó la limpieza de una refinería metalúrgica y finalmente fue reclutado para arreglar un desperfecto en una central nuclear. Wallraff sintió la necesidad de ir más allá en su papel de Alí, por lo que procedió a alquilar una vivienda a imagen y semejanza de la de sus compañeros.
Según la Organización Internacional para las Migraciones el 40% de los migrantes se traslada de Sur a Norte. Por lo menos una tercera parte de los migrantes se traslada de Sur a Sur (aunque la cifra podría ser superior si se dispusiera de datos más precisos), y sólo poco más de una quinta parte de los migrantes (22%) emigra de Norte a Norte. Un reducido pero creciente porcentaje de migrantes (5%) emigra de Norte a Sur.
Alí es uno de los tantos turcos que emprenden la búsqueda de un futuro mejor en el Norte, en este caso en Alemania. Allí intenta buscar la ayuda y el compromiso de partidos políticos y de las distintas religiones del país, pero todo lo que encuentra son rechazos. Ni siquiera los reiterados golpes de estado de las últimas décadas y la dictadura instaurada en Turquía en 1980 son razones suficientes para albergar y contener a este migrante indocumentado.
En Francia viven casi un millón de argelinos. Argelia fue durante 132 años una colonia francesa que logró su independencia en la segunda mitad del Siglo XX, en 1962. Su población total es de 35 millones de habitantes, por lo cual su presencia en tierras galas es muy significativa.
Zinedine Zidane junto a Michel Platini es uno de los máximos íconos del fútbol francés. De su mano los galos ganaron en 1998 la Copa del Mundo en su país. Zizou, que metió dos goles en la final de ese mundial, es hijo de argelinos. En aquel torneo, sólo ocho jugadores eran franceses o descendientes de ellos. Bernard Lama, es de origen guyanés; Vincent Candela, español; Bixente Lizarazu, vasco; Patrick Vieira, nació en Senegal; Youri Djorkaeff, de origen armenio; Marcel Desailly, nació en Ghana; Zinedine Zidane, como ya dijimos es de origen argelino; Robert Pirès, portugués y español; Thierry Henry, antillano; Bernard Diomède, guadalupano; Alain Boghossian, armenio; Lilian Thuram, nació en Guadalupe; Christian Karambeu, en Nueva Caledonia y David Trezeguet, en Argentina.
El triunfo de esa selección, fue celebrado por muchos como el triunfo de la multiculturalidad. Pero no por todos. El ultraderechista Jean-Marie Le Pen calificó en 1996 al equipo nacional como "representantes del papeleo". También lo hizo en 1998, pero la victoria opacó sus comentarios. Siempre criticó que haya jugadores que no cantaran el himno, y en 2006 llegó a decir que el entrenador “ha exagerado la proporción de jugadores de color". Ese año, el equipo jugó la final de la Copa del Mundo en Alemania y perdió con Italia por penales. Zidane fue galardonado con el Balón de Oro al mejor jugador del torneo.
Según datos del Censo 2010, en Argentina la comunidad más numerosa es la paraguaya con 550.713 personas, seguido por la boliviana, con 345.272 personas. En el país, la Dirección Nacional de Migraciones recibió en 2013, 276.478 migrantes que iniciaron sus trámites de radicación, un 5.09% menos que en 2012, año en el que iniciaron su trámite de radicación 305.150 personas.
En el año 2000 el periodista-empresario Daniel Hadad dirigía la revista La Primera. En ella se publicó una nota titulada Invasión Silenciosa firmada por Luis Pazos. Si el título ya es tendencioso, algunos extractos de ella son completamente xenófobos: “A diferencia de la inmigración que soñaron Sarmiento y Alberdi, no vienen de las capitales de Europa. Llegaron de Bolivia, Perú, Paraguay. Son el sueño hecho realidad de los ideólogos de la izquierda setentista (…) Hoy utilizan nuestros hospitales y escuelas, toman plazas y casas, ocupan veredas, y les quitan el trabajo a los argentinos. (…) Llegan a Buenos Aires a punto de parir y dan a luz en un hospital público. (…) En las caras aindiadas de los que continúan en la cola no hay dolor, ni pena, ni enojo. Las que están enojadas son las mamás argentinas. (…) Promiscuos, conviven 35 en una pieza. (…) Para ellos, el infierno es el paraíso. (…) Como los peruanos comen parados, parte de la comida cae sobre la vereda”.
En épocas de crisis aparecen “Cabezas de Turco”, chivos expiatorios que sirven de excusa para los comentarios y las políticas xenófobas. En el país el discurso contra los extranjeros se endurece cada vez más. Pero no sólo sucede acá. En las últimas elecciones del Parlamento Europeo, en numerosos países las fuerzas de ultra-derecha racistas han logrado grandes resultados.
En Francia, el Frente Nacional de Marine Le Pen, agrupación de ultraderecha xenófoba, antisemita y racista, obtuvo el 25 por ciento de los votos y pasó de tener 3 a 23 eurodiputados. En Grecia, el partido neonazi de Nicolás Micholiajos fue la tercera fuerza más votada. En Alemania, el Partido Nacional Demócrata, una agrupación heredera del nazismo, tendrá por primera vez un eurodiputado. En Dinamarca, el ultranacionalista y xenófbo Partido Popular Danés logró una cuarta parte de los votos y obtuvo cuatro representantes. En Hungría, un partido ultraderechista que culpa a la población gitana de todos los males del país y estimula su persecución, obtuvo el segundo lugar en las elecciones.
La experiencia que vivió Günter Wallraff en la piel de Alí, lo llevó a realizar la siguiente reflexión: “aún no he llegado a saber cómo asimila un extranjero las humillaciones cotidianas, los actos de hostilidad y odio, pero sí sé ya lo que tiene que soportar y hasta qué extremos puede llegar en este país el desprecio humano. Entre nosotros, en nuestra democracia, se da una parcela de apartheid”.
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