martes, 28 de octubre de 2014

La victoria de Dilma es un paso importante para la consolidación regional

Por Augusto Taglioni

Dilma Rousseff fue reelecta como presidenta en una de las elecciones más ajustadas de los últimos tiempos en Brasil. El 51 por ciento de votos es una muestra del  importante piso de apoyo del pueblo brasilero al PT en 12 años de proceso petista en el gobierno, pero también un punto de partido desde donde pensar los 4 años que tienen por delante.

Los resultados del balotaje fueron seguidos de cerca por todo el continente americano. Por un lado, los gobiernos populares  que confiaban en una victoria, ajustada pero segura de Dilma y con ello, una dinámica de continuidad que atravesará al resto de los países que entienden que un Brasil abandonando la integración regional, significaría la fecha de vencimiento del resto de los procesos políticos vigente por el simple hecho que Brasil es la segunda potencia más importante de américa después de       Estados Unidos y cumple un rol crucial como nación emergente en contexto mundial actual. Del otro lado, los grandes centros de poder, los medios hegemónicos de comunicación, el sistema financiero  y la mismísima Casa Blanca que espera tener más países latinoamericanos más cerca de la Alianza del Pacífico que del Mercosur y Unasur.

A nivel regional, es un primer paso para considerar que todos estos años de integración difícilmente sean desmontados  de un día para el otro. Pero, a su vez, sería un grave error descansar en esta victoria electoral sin pensar en un elemento constitutivo para esta unidad continental que tantos beneficios han traído a nuestros países. Se trata de la profundización de los logros y de una agenda capaz de seguir incluyendo a millones. Cada gobierno de cada país de nuestra américa deberá pensar en clave de avance para aumentar la base de apoyo de los pueblos que representan. Un estancamiento significaría un retroceso, ceder a las presiones de los grandes centros de poder expresados localmente en las derechas partidarias y los grandes medios de comunicación, sería equivalente a una derrota política. El gobierno no tiene necesidad de negociar conquistas, dado que la mayoría de los votos siguen siendo del PT, tanto así, como más de la mitad de los estados. A nivel parlamentario, cuenta con una base consistente como para afrontar las reformas que necesita el pueblo brasilero.

Inmediatamente después de la victoria de Dilma, la bolsa brasileña se desmoronó. El índice Ibovespa de São Paulo, referencia del mercado, cayó hasta un 6% en la apertura y la empresa pública Petrobrás, un 13%. Esto es una muestra de que el sistema financiero, con base en San Pablo, jugó un partido a favor de Aeccio Neves.  Los medios de comunicación, especialmente la cadena O’Globo y la Folha de San Pablo, no ocultaron su disgusto por la nueva victoria del PT y la violencia del discurso opositor fue una constante durante toda la elección. Esto, sumado a la violación de la veda por parte de la revista “Veja” en una clara actividad proselitista a favor de Neves, y la declaración de apoyo público al candidato opositor realizada por la estrella futbolera Neymar, demuestra que los sectores opositores a la continuidad del PT pusieron toda la carne al asador.  No les alcanzó porque la política sigue siendo la que marca el rumbo de los procesos populares y democráticos.

Dilma, en su discurso post victoria electoral, puso en agenda dos temas. Por un lado, la reforma política, la cual necesitará del apoyo opositor, está destinada, entre otras cosas, a ordenar y optimizar la representación política en el parlamento (hay 28 partidos con representación en el enorme congreso de Brasil), y la corrupción, por el otro, donde de alguna manera recogió el guante de uno de los caballitos de batalla del discurso opositor. Está bien querer tender puentes con la oposición, pero no hay que caer perder de vista que lo más importante es profundizar la agenda social, aquella que los grupos concentrados demonizan pretenden frenar con un fin de ciclo de gobierno petista.

Por eso, debemos centrarnos en algunos de los debates que tuvieron lugar en la primera vuelta. Uno de ellos tiene que ver con el rol del Banco Central. Dilma tuvo fuertes cruces, especialmente con Marina Silva, sobre la autonomía o independencia del Banco Central. Es un debate similar al que tuvimos en la Argentina cuando el kirchnerismo reformó la carta orgánica de BCRA. La disyuntiva gira en torno a si el gobierno utiliza las reservas para la configuración del modelo de desarrollo, desde la conducción política de la economía, o si la deciden directivos a fines a los grupos trasnacionales.  Otro foco de crítica de la derecha brasilera fue Petrobras donde detrás de las denuncias de corrupción, se esconde la intención por parte de parte del paquete de accionistas de la estatal petrolera de orientar la gestión hacia un modelo extractivo y de especulación. El gasto público, como en todos los gobiernos populares de la región, también es cuestionado. Dilma ratificará cada uno de las políticas sociales llevadas a cabo por los años de gobierno del PT.

La última y, tal vez, la más importante de todas, es la forma de integración. Los centros de poder abonan por una integración aperturista de mercado vertebrado por los Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos, articulada desde la Alianza del Pacífico. La integración que interesa al PT y a todos los países que hoy crecen desde la multipolaridad mundial, es la que busca fortalecer la arquitectura financiera regional existente (Unasur, Mercosur, Celac), y las que necesariamente se deberán construir, tales como, el Banco del Sur, y una nueva matriz productiva que independice de manera total a todos los gobiernos democráticos de las trasnacionales que operan en el continente.

Las demandas existen, hay una agenda social que incluye al trabajo, la vivienda, la educación, los servicios públicos y el desarrollo industrial. Dilma lo sabe, como también sabe que la integración regional se profundiza o se estanca, y ya sabemos que si estanca, como el agua, se pudre.



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