miércoles, 15 de octubre de 2014

Cambios

por Santiago Molle (*)

Decir que estamos atravesando una época de cambios y transiciones puede sonar a lugar común o a falsa épica, pero hay algo de verdad en esa afirmación. Es difícil percibir cambios en los procesos históricos de los cuales uno es parte, como también es cierto que las grandes transformaciones no suceden de la noche a la mañana: la humanidad no se fue a dormir en la Edad Media y despertó al día siguiente en la Edad Moderna.



Lógicamente resulta imposible (y me atrevería a decir: incluso indeseable) observar la realidad con total objetividad, porque aunque muchas veces no parece (o al menos eso nos quieren hacer creer) la economía, la historia y la política son ciencias sociales. No existen, por lo tanto, respuestas correctas o incorrectas sino diferentes interpretaciones. En este sentido, uno de los mayores logros que pueden atribuirse al sistema político económico mundial vigente es el haber instalado la idea de que el hombre ha alcanzado la frontera del progreso, (en la concepción absoluta del término). Fukuyama aportó su granito de arena al proclamar el fin de la Historia y una parte importante del mundo occidental se sintió a gusto con esa perspectiva. El Capitalismo que vivimos se transforma así en la máxima expresión económica de la humanidad, a continuación del cual no hay nada. Esta lectura no es producto del azar sino que emerge como instrumento de los sectores más poderosos en su afán de mantener al status quo fuera de cualquier cuestionamiento posible. Por lo tanto, no debe sorprender que aquellos que ven peligrar su posición privilegiada en el orden vigente intenten desestimar cualquier cambio que signifique un reordenamiento global. Amparados en esta concepción del fin de la Historia (Hegel, perdónalos, porque no saben lo que hacen) se aferran a las estructuras vigentes y desestiman cualquier atisbo de cambio, por más insignificante que parezca.

La 69° Asamblea General de la ONU fue el escenario que muchos líderes aprovecharon para exponer algunos síntomas de que, efectivamente, estamos atravesando una época de cambios. En este sentido, Argentina ha llevado la cuestión de su disputa con los Fondos Buitres al centro de la discusión y ha encontrado un apoyo masivo a su propuesta de construir un marco regulatorio para la reestructuración de deuda de países soberanos. No es este un dato menor, ya que vivimos en el apogeo del Capitalismo financiero (sistema que mueve globalmente por año casi setenta y cinco veces lo que produce la economía real -bienes y servicios- en el mismo período) cuyo corazón reside en Estados Unidos, más precisamente en la ciudad de Nueva York.

La pregunta que surge entonces es: ¿cómo llegamos a este punto?. Es imposible dar una respuesta amplia en el contexto de este artículo, pero bien vale la pena hacer un breve resumen histórico que permita comprender un poco mejor el presente: cuando el desenlace de la Segunda Guerra Mundial ya era irreversiblemente favorable a los aliados, Estados Unidos (que concentraba cerca del 50% del PIB mundial) consciente de su situación privilegiada sentó las bases del sistema económico financiero mundial de posguerra. Reunidos en Bretton Woods durante el mes de julio de 1944, cuarenta y cuatro países ¿liderados? ¿coaccionados? por Estados Unidos acordaron la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM) y basaron toda la economía mundial en la preeminencia del dolar (cuyo valor se ató al oro a una relación fija de us$35 por onza). Daba comienzo de este modo una etapa de liberalización total del comercio que, a pesar de los sobresaltos que ha sufrido a lo largo de todos estos años (la ruptura de la convertibilidad del dolar, la crisis de la OPEP, la crisis de las hipotecas subprime, por citar algunos) continúa vigente.  

Pero el mundo de hoy no es el mismo de Bretton Woods: Estados Unidos ya no es la única potencia global. Ahí están China, Japón, Alemania, Rusia y otros emergentes listos para disputarle su posición de privilegio a la primera economía del mundo. El liderazgo otrora indiscutible es ahora materia de discusión: la última gran crisis capitalista todavía se hace sentir en gran parte del mundo (fundamentalmente en las economías desarrolladas) y la situación de Argentina con los Fondos Buitres asoma en ese contexto como un signo más del agotamiento de la arquitectura financiera diseñada en Bretton Woods. La posibilidad de que los países soberanos se vean imposibilitados de reestructurar su deuda ha generado preocupación no sólo en el ámbito de la diplomacia, sino también en el mundo académico (premios Nobel incluidos) y mediático. Del mismo modo (como generalmente el dominio económico suele ir acompañado del dominio político) y, así como resulta evidente la necesidad de un cambio en el sistema económico financiero global, varios países también aprovecharon la última Asamblea General de la ONU para pedir un cambio en el Consejo de Seguridad de dicho organismo ante la evidente falta de capacidad mostrada para la prevención y el manejo de situaciones que puedan poner en riesgo la paz mundial (Franja de Gaza, Ucrania, Siria, Irak y Estado Islámico son sobrados ejemplos que justifican dicha posición). No olvidemos un detalle: la Asamblea General fue precedida por una cumbre sobre el cambio climático. Sí, otra vez el cambio.

La estabilidad de los sistemas y las instituciones son fundamentales para la previsibilidad y para garantizar la paz. Pero muchas veces se toma por pétreas construcciones hechas por el hombre como respuesta a una situación determinada en un momento histórico específico. El cambio no es intrínsecamente bueno ni malo. El cambio puede significar ruptura pero también puede ayudar a la continuidad ("cambiar algo para no cambiar nada"). Es lógico que le escapen al cambio aquellos que tienen más para perder que para ganar. Lo que es imperdonable es no dar lugar al debate.

(*) Licenciado en Economía.


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